El espectáculo que la vida nos ofrece a diario es asombroso. Descubrimos escenarios simétricos y perfectos, que nos gritan sin voz que la naturaleza que nos envuelve es poderosa y que, antes de nuestro paso por el mundo, hubo otras civilizaciones, siglos atrás, que nos dejaron legados preciosos. Lo maravilloso es que muchas de estas herencias están interconectadas por el mundo, haciendo que todos los pueblos del planeta se sientan hermanados.
Blanco y negro. Cara y cruz. Dicen las leyendas que hay un opuesto para cada elemento de la naturaleza. Hay siempre un sur para un norte y una verdad para una mentira. Los opuestos son complementarios, se necesitan para existir. Sin sol no hay noche y sin luna no hay día. En muchas culturas acuden a estos elementos para encontrar el equilibrio; el ying y el yang en el taoísmo; los mandalas en el budismo y en el hinduismo.
Las repeticiones son armónicas y agradables a la vista. Generan en quien las mira sensaciones de bienestar y paz. El término chino feng shui significa viento y agua y consiste en ocupar de manera consciente cada espacio del hogar, para que se consiga una influencia positiva sobre los habitantes de esa casa. Para poder colocar cada elemento o mueble se tienen en cuenta la posición de las montañas y los ríos; también la teoría de los cinco elementos (fuego, agua, tierra, viento y éter) y los puntos cardinales (Norte, Sur, Este y Oeste).
Nuestra herencia guarda algunos de estos testigos, que en su imagen se muestran bellos. Son parte de nuestra tradición, siempre estuvieron ahí. Y son tan antiguos que a veces no nos preguntamos cuál es su origen. El Al Ándalus fue puerta de entrada para muchas de estas costumbres que hoy conservamos. El azulejo y las distintas técnicas de este llegaron a Europa en el siglo VII y se establecieron sobre todo en el sur de la península ibérica. Destacan los azulejos del Califato de Córdoba y los del Reino nazarí de Granada. Los andalusíes reemplazaron el pavimento de mosaico usado por la civilización anterior, los romanos, por esta bella técnica en la que la geometría es la protagonista.
En algunos palacios importantes, como la Alhambra de Granada, o el Alcázar de Sevilla, podemos encontrar diferentes y variadas técnicas y modelos de azulejo. La primera expresión de esta técnica se conoció como alicatado. Estas pequeñas piezas de barro y vidrio formaban figuras geométricas cuando se unían entre sí. Los andalusíes tenían la costumbre de decorar con telas vistosas los interiores de sus jaimas. Ahora, establecidos en un lugar, cubrían todas las paredes de estos palacios con colores y formas inspiradas en su época transeúnte. Por eso se llaman paños a los zócalos que cubren los muros.
Más tarde, en el siglo XII, esta cultura de base alfarera, se extendió por el resto de Europa. Mucho tiempo después nació en Países Bajos un artista, M.C. Escher que al viajar a Granada se enamoró de su arquitectura y copió sus motivos ornamentales. De estas visitas a la Alhambra quedarían luego influencias y rastros en su obra, que hoy en día es universal. El arte como unión entre personas de distintas nacionalidades y periodos históricos.
Dicen las leyendas que la Torre de Babel estaba envuelta en barro vidriado con lapislázuli, para que su infinita longitud se confundiera con el cielo. Y de ahí nacieron todas las lenguas y todos los hombres que las hablan dejaron de entenderse. Pero sus barros vidriados comenzaron a extenderse por el resto del mundo, originando un lenguaje universal, uniendo a personas de todos los países y todos los tiempos. Nos imaginamos cómo esos azulejos y esas simetrías de bellos colores y formas son un abrazo universal, que hermana a diferentes culturas, sin entender de nacionalidades, siglos, ni estilos.