Ella dejó el libro que estaba leyendo y miró el calendario como por un impulso que le quemó las yemas de los dedos y le sacudió el pecho. Sabía que algo muy bueno estaba a punto de ocurrir, aunque la acumulación de prisas diarias no le permitía acordarse de qué se trataba. Al girar la cabeza hacia su derecha, su cuerpo también dio un pequeño respingo de asombro.
Solo un segundo para darse cuenta de que ya se había consumido la mitad del año. Un breve instante para olvidar por completo todo lo que tenía pensado hacer después. Mil milisegundos para ver pasar su vida en seis meses a cámara rápida. Dejar a un lado presente y futuro para indagar con sus pequeñas manos en el pasado, como si se tratara de un libro abierto escrito con atractiva y trepidante caligrafía.
Recordó a los pueblos nómadas, recorriendo sin desfallecer durante siglos nuevas rutas por todo el mundo. También a los exiliados románticos, los aventureros literarios y los peregrinos del Camino de Santiago. “Lo importante no es el destino, sino disfrutar del trayecto”. ¿Estaba exprimiendo ella lo suficiente la vereda de las pequeñas cosas? Por un instante pensó en lo que suponía una vida plena. Despertarse cada mañana con tremendas ganas de comerse a bocados el día, a veces con mucha prisa y otras a sorbitos pausados. Hacer cada cosa con pasión e intensidad desmedida, como si fuera la última vez que fuese a disfrutar de esa acción en su vida, agradeciendo que se volviera a repetir luego mil veces más. Darle lugar a la calma cuando hiciera falta. Respetar los tiempos y los espacios.
Conocía muchas formas de viajar: con amigos, con familia, en soledad; para perderse, para encontrarse, para buscar respuestas; a lugares remotos, a los pueblos de al lado, a un rincón interior de nuestra geografía humana… Solo sabía que ya fueran temporales o para toda la vida, cada aventura tenía sus trayectos y descansos. Volvió de su ensimismamiento al volver a tocar el calendario y lo entendió. Julio era la reflexión; la calma que llega para que inmediatamente después venga la plenitud de energía. La fuerza que caracteriza el retorno a los sueños.
Ya sabía qué era lo bueno que estaba a punto de ocurrir. El séptimo mes del año llegaba con esa vitalidad que todo ser humano guarda dentro de sí, como un derecho propio de nacimiento que nos acompaña hasta el final del camino. La necesidad de parar para continuar. Contradicciones que dan sentido a nuestro mundo: lo más pequeño es siempre lo más importante; lo eterno solo dura unos segundos; todo lo que creemos de nuestra pertenencia debe estar en libertad; la magia aparece sin avisar y se esfuma como una estrella fugaz… Acciones diminutas que la reconfortaban siempre y le transmiten energía y poder.
Solo habían pasado unos segundos. Como si saliera de una buena zambullida del agua, lanzó un suspiro y volvió a ponerse en marcha, no sin antes preguntarse por dentro, ¿qué sería la vida sin esa vitalidad que nos hace sentir jóvenes tengamos la edad que tengamos?