UNO

Las velas temblando alrededor del agua. Una hilera de luces a lo largo del baño del hamman dibujando un sendero de claroscuros, de estremecimientos, de sensualidades.

Meditación de las velas, cuyas llamas giran alrededor de su pabilo lentas y espirales, concentradas en lo alto (esa fina columna de humo que las transporta hacia arriba) pero bien asentadas sobre su base de cera y su pequeño recipiente de barro, olorosas y soñadoras: un poco de claridad, que es lado amable de la luz, y una lección de sabiduría, que no consiste en asediar el ser de las cosas sino en merecerse que ellas le inviten a uno a su interior o casa o alma.

El temblor de las velas, por Jesús Aguado

DOS

El agua acogiendo con un temblor propio (las suaves ondas que producen los chorros, los cuerpos que se mueven dentro de ellas, los pétalos de rosas o de jazmines que flotan en su superficie, o las corrientes de aire que se persiguen por vanos y rendijas) ese temblor de las velas. Un reconocimiento (el de una sensibilidad hermana, el de un modo similar de relacionarse con la piel, con los zócalos, con las paredes, con las columnas, con los ojos) y una aceptación, casi un acto de amor: el abrazo de la luz que tiembla con las aguas que tiemblan.

TRES

Y si las velas y el agua tiemblan (de placer, de serenidad, de abandono, de encendimientos, de belleza, de ese dulce estar de repente un poco más allá o un poco más acá del tiempo), cómo no van a temblar las manos y la cabeza, los pies y la espalda: cómo no va a temblar todo el cuerpo entregado a la felicidad de lo que se evapora para permanecer, de lo que se va para así poder quedarse para siempre.

CUATRO

La felicidad es el arte de temblar sin quebrarse: como la rama de un árbol súbitamente abandonada por un pájaro, como una espiga azotada por la brisa, como un flor después de ser libada por una abeja. La felicidad es el arte de ir pasando por las distintas edades (la niñez, la juventud, la madurez, la vejez) sin que a uno, más allá de las circunstancias que le hayan tocado en la rueda del destino, se le rompa en pedazos lo que es o lo que puede ser o lo que desea ser. El arte de ser vela encendida, de ser agua viva, de ser cuerpo ofrecido. Sabiduría del cuerpo, del agua y de la vela, que tiemblan de alegría (y de puro entender esa propuesta de gozo cristalino que siempre nos hace la alegría) para hacer más porosa la piedra (también la piedra en que a veces acaba convirtiéndose el corazón cuando desoímos el mensaje de sus latidos) y más habitable el tiempo.

El temblor de las velas, por Jesús Aguado

CINCO

El arroyo de la luz: las velas escribiendo con letra temblorosa sobre el agua inquieta palabras hondas que no se hunden y silencios milenarios que las surcan como barcos de papel que navegan en dirección a la eternidad. Palabras y silencios que le ayudan a uno a encarnar el sabio que lleva en su interior.

SEIS

La luz de las velas, la luz del agua: nadie puede perderse si se deja guiar por ellas. Están fuera (en este hamman donde se practican la lentitud y la calma, los masajes a cuatro manos y los vapores pensativos, la arquitectura natural y el buen gusto en los detalles, el té de hojas remotas y un rumor como de regatos escondidos en la espesura) y están dentro de cada uno de nosotros.

El temblor de las velas, por Jesús Aguado

SIETE

La fiesta de las velas, la fiesta de la felicidad. Uno se introduce en el palacio de las aguas tranquilas y sabe a qué ha venido: a ponerse en paz con la existencia, a disfrutar del hecho milagroso de la vida, a extraer lo mejor de sí mismo para que nunca más nadie ni nada le aparte de su camino.