El mundo se sostiene por estructuras invisibles. Madejas que, aún hiladas con tejidos transparentes a la vista, son cruciales para que no caigamos estrepitosamente contra el suelo. Como esa red que da confianza al trapecista que se atreve a hacer piruetas en el cielo de un circo. Esos lazos invisibles están siempre atentos y dispuestos, por si algo del espectáculo saliera mal. Y es que, aunque logramos la magia hasta en situaciones rutinarias, hay seres imperfectamente humanos que deciden jugársela y arriesgar. Vivir.
Si lo peor sucediera, si finalmente por hacer uso de nuestra valentía o, simplemente por seguir insistiendo en caminar sin descanso, acabáramos estrellados y repartidos en mil pedazos, estas estructuras invisibles nos ayudarían a unir todas las piezas para volver a empezar de nuevo. La resiliencia es uno de los atributos que hacen que la fragilidad pueda convivir con la solidez. Y ahí seguimos, pese a que pueden aparecer obstáculos de esos que lo borran todo de un impulso, continuamos apostando con ilusión por cada día.
Cuidados, atenciones, cariño, protección, aliento, sonrisas, desinterés, solidaridad, apoyo, confianza, calidez, ánimo, complicidad… El mundo es un lugar mejor gracias esos gestos invisibles que salen de nuestros familiares, amigos, vecinos, parejas, compañeros de trabajo y personas anónimas con las que interactuamos en nuestras ciudades cada día.
El mundo se mantiene gracias a la fortaleza de una red social que da sentido a lo anodino y hace que los callejones sin salida se conviertan en avenidas repletas de oportunidades. Está presente en el saludo en la cola de la panadería y también en esa sonrisa cómplice con un desconocido cuando esperamos nuestro turno en el médico.
Te levantas de tu sitio en el autobús para cederlo a una persona mayor, le devuelves la pelota a un grupo de niñas que juegan en la calle, ayudas con las bolsas de la compra a un desconocido, animas a un amigo que lo está pasando mal, le explicas cómo funciona un programa informático a tu vecino… Es como un efecto mariposa que se ha colado profundamente en nuestras vidas y no dejará de avanzar.
Nuestra sociedad no se sostendría sin su presencia. Estos pequeños gestos son solo una muestra de todo lo que mueve una maquinaria tan compleja y sofisticada como a un grupo humano cuando está en marcha. Si pudiéramos coger una goma y borrar todos estos cuidados invisibles de una vez, probablemente nos sorprenderíamos, ya que perderíamos humanidad y esas pequeñas cosas que nos impulsan a seguir pensando que esta existencia es maravillosa y merece la pena ser vivida.
Pongamos en valor cada uno de estos gestos invisibles que recibimos a diario y no paremos esta cadena. Seamos parte de esos héroes anónimos que con simples detalles transforman la cotidianidad en un escenario especial. Contribuyamos a seguir fortaleciendo esta red invisible y fundamental, nuestra verdadera red social.