Septiembre: final del verano

“El final del verano llegó y tú partirás”, cantaba el Dúo Dinámico en los sesenta. Nos suenan esa música y esa letra. Aunque las temperaturas veraniegas según en qué ciudades se prologuen hasta octubre y noviembre, septiembre clausura este estío, tal y como lo concebimos en nuestro país: meses de vacaciones, de viajes y fiestas, de descanso y programas contra la rutina o el estrés. Por lo tanto, fin de muchos romances fugaces en los paseos o en las playa, fin de las olas acariciando los cuerpos, fin de las acampadas durmiendo bajo el cielo claro, fin de los ventiladores y aire acondicionado, cese del dolce far niente. No del todo, claro. Hay quienes viven instalados en esa burbuja de no hacer nada, mientras los demás se conforman con el fin de semana o esperan hasta las vacaciones.

Septiembre inaugura el nuevo curso en centros de trabajo y de enseñanza. Y hasta los decretos del Gobierno. Septiembre vuelve a imponer la prisa entre una tarea y la siguiente, activa muchos planes, interrumpe lo que parecía un eterno buen tiempo. Pero septiembre también llega repleto de secretos, información, celebraciones y vida disponible para jugar a vivirla.

La belleza: de lo sublime a la intimidad

Si leemos Historia de la belleza de Umberto Eco, en la que se repasa este concepto abstracto captado a través de a percepción, entendemos que la belleza ha existido siempre en la naturaleza, el arte, la música, la literatura o el cine. Ahora bien, con cánones diferentes según épocas, culturas, países e individualidades. De ahí la dificultad de estudiar la belleza desde una objetividad científica o considerándola como lo bueno o lo perfecto. Hay tantas bellezas como personas capaces de percibirlas o crearlas. Y tampoco basta el tópico de “para gustos los colores”, pues no se trata de considerar bello lo que nos gusta y feo lo que no. Hay antecedentes y valores críticos, históricos, artísticos y culturales, para un juicio.

Arde la Amazonia

Arde el pulmón verde del planeta. Arde la clorofila que nos mantiene respirando, arde la historia primigenia de nuestro mundo. ¿Y a nadie le importa? A nosotros sí. Nos importa esa extensión vegetal que guarda el cofre de los tesoros, los animales que son garantía de la evolución, el agua que fluye como el oro de nuestro siglo. Y todo arde, como si el consumo y el bienestar nos hubieran convertido en insensibles o insensatos. Arde lo que somos y creemos que no tiene que ver con cada cual. Arde la Amazonia.

Hace mucho que las cumbres políticas, la acción de las Organizaciones No Gubernamentales, la ONU y los Gobiernos dicen ocuparse del mayor problema que tenemos: cuidar nuestro planeta para seguir existiendo mil siglos más . Pero luego arde nuestro latido, nuestro oxígeno, el vergel que oxigena nuestro auténtico universo, el único donde podemos existir, y entonces sin remedio asistimos al incendio de nuestra vida, como si no nos incumbiera, como si fuera asunto de una zona de otro continente. Ardemos nosotros, nos extinguimos entre cenizas y humo, sin notar el extremo calor, porque está lejos. O eso creemos.

Ben Clark: contar cantando

Contar emociones como sencillos cuentos que todos quieren aprender, con un lenguaje realista que sin embargo asume la magia y el temblor de la lírica. Es decir, contar y cantar, queriendo querer. Así es la poesía de Ben Clark (Ibiza, 1984), un escritor y traductor de origen británico que vive en Málaga, cerca de las playas de El Palo y que ha conseguido dedicarse plenamente a la literatura, comenzando a escribir muy joven. Con solo veintidós años obtuvo el Premio de Poesía Hiperión con un vistoso poemario titulado Los hijos de los hijos de la ira, en referencia a una generación hippy, de la que él mismo es vástago.

Así, desde su propia identidad hasta la sublimación de las ideas y la exposición de un mundo en crisis, al que hay que pasar revista para rescatar lo verdaderamente importante, lo que nos hace humanos, Clark destila poemas en un alarde contenido y capaz de trascender los sentimientos y las relaciones, siempre desde un punto de vista muy contemporáneo.

Crónica de las Perseidas 2019

Pese a que la luna, prácticamente llena, nos jugó una mala pasada y también las nubes hicieron acto de presencia para dificultarlo todo, conseguimos pasar  una noche llena de magia y de deseos para casi todos en todas las localizaciones elegidas para observar la lluvia de estrellas del verano de 2019. Te contamos cómo fue la actividad «Báñate en las estrellas 2019».

Platero conquista la Luna

Ese pedrusco allí arriba, mítica redondez de mil romances, sugiriendo pasajes literarios, prendiendo la llama de los sueños. “Platero, no sé si con su miedo o con el mío, trota, entra en el arroyo, pisa la luna y la hace pedazos”, escribía Juan Ramón Jiménez en Platero y yo (1914), relato en el que siempre la Luna proyectaba la historia de un niño de pueblo andaluz. Presente cada noche de cada vida, la Luna tiene poderes: puede cambiar el ánimo según su estado creciente, lleno o menguante, alumbrar veredas o hacerlas intransitables, arropar idilios o impedirlos.

Gazpacho andaluz: gloria de verano

Sin América no hay gazpacho. Quién lo diría. Tan andaluz como deudor de allende los mares. Sin tomate y pimiento, no hay gazpacho. Estos dos ingredientes son la base junto al aceite de oliva; luego ya cada cual lo hace a su manera: con pan o sin pan, con pepino o sin pepino, con vinagre o con limón, con ajo o sin él, con cebolla o no, con sal o nada de sal. Aunque reconozcamos que sin ajo, sin pan, sin pepino y sin sal, pierde su esencia. Imprescindibles, eso sí, son muchos tomates y que esté bien fresquito.