Miramos sus sonrisas: la aurora del nuevo siglo, el paisaje que se extiende desde sus ojos hacia todo lo que les espera, la belleza inmaculada en su piel, en sus gestos tan recientes. Y así vislumbramos más lejos que el día de hoy mismo, con su horizonte de hormigón y cielo raso oscuro. En ellos al fin presentimos la vida por delante, solo vida que crece como árboles recién plantados cuando les nacen las hojitas verdes.
Porque estos niños son nuestro futuro y por eso procuramos que nuestro abrazo no les falte. Nunca, nunca podemos rendirnos ni fallarles. Y cuando el peso de la adversidad nos exceda, volvamos a esta imagen de los niños correteando, durmiendo, iluminados por la alegría. Entonces sentiremos la fuerza creciendo en nuestras manos, en las suyas pequeñas.
Niños que nacen en este siglo, dispuestos a sobrevivirnos con su memoria blanca y dispuestos a contemplar un siglo nuevo que está llegando de sus manos. Niños que representan la herencia de muchas décadas y que organizarán la historia del porvenir: la economía, los recursos, la ecología, los derechos humanos y los de la naturaleza. Niños que simbolizan muchos actos de amor, deseo y entrega, resultado de encuentros y parejas.
Cada tarde y cada noche nace un niño o varios, Luego cada mañana los acompañamos a la guardería o al colegio y los recogemos en la salida. Además, los inscribimos en actividades extraescolares para su crecimiento multidisciplinar, sin percatarnos tal vez de estar protegiendo y formando la vida después de nuestra vida.
Ser padres supone acaso mucho más que una satisfacción personal, pues significa el objetivo de perpetuar la existencia del hombre sin fronteras, dejar semillas plantadas para los brotes futuros, sembrar para posterior cosecha.
Parece mentira o sueño, pero esos niños son personas que caminan como carne de nuestra carne. Se mueven con nuestros gestos, hablan nuestras palabras, pero crean sus propias diabluras que nos asombran y bailan sus primeros pasos, se desequilibran y caen y se levantan.
Quién no se ha fascinado ante esos movimientos torpes. El mayor espectáculo al margen de luces y fuegos artificiales se presenta a escena en el gateo o cuando caminan más allá de un metro agarrándose a cualquier mueble. Resulta tan extraño y positivo como mirar los movimientos del planeta, el crecimiento de las plantas, el desarrollo de un cachorro.
Mirad cómo se pasa de miniatura balbuceante a gran estatua o gigante que juega en canchas de baloncesto o diseña paginas de Internet o plantea ensayos o trasplanta un corazón. Así serán nuestros niños, gigantes del progreso en todas las disciplinas, incluso en tareas tan pequeñas como imprescindibles: el cajero que nos cobra los alimentos, el administrativo que nos resuelve el papeleo, el bedel que abre la escuela, el conserje que cuida nuestro correo.
Son los niños de Año Nuevo para el 2020 y para los años venideros que ya están en pie o gestándose, con sus ojos abriéndose, con su sueño de bebés, con su pelo suave. Nuestros niños.