Cuentan que hay mortales que en su día se atrevieron a desafiar a los dioses. Pero ¡ay, pobres de los humanos que no saben que los dioses lo controlan todo y que contradecirlos puede desatar su furia! Esta historia comienza cuando Acrisio, rey de Argos, hijo de Abante y Aglaya, movido por la ira de no tener un heredero varón, decide consultar un oráculo, por si el destino, inescrutable, le tuviera preparada una generosa sorpresa.  

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Los oráculos son respuestas dadas por un dios a una pregunta personal que tiene que ver con el futuro del que pregunta. ¿Y qué fue lo que el oráculo respondió a Acrisio? Que no iba a tener heredero varón y que, sin embargo, iba a perder la vida a manos de su nieto, el hijo descendiente de su única hija, Danae.

Acrisio no reunió el valor para mandar a matar a su propia hija, pero tenía mucho miedo de perder la vida a manos de su nieto. Resuelto, ordenó el encierro de Danae en un profundo y subterráneo calabozo. Bajo tierra y esposada, ningún peligro le traería su única vástaga. Y así, quedó tranquilo, mientras la pobre Danae veía pasar los días en aquel agujero gris, sin luz ni relación con el exterior.

Los dioses no toleran ser contradichos. Así que Zeus, habituado a castigar a los mortales que intentan modificar el rumbo de las cosas para su beneficio personal, cambió su forma material. El rey de dioses se convirtió en lluvia de oro, entró en el calabozo donde estaba recluida Danae y, con ese aspecto, líquido y dorado, cubrió el cuerpo de la princesa. Nueve meses, de su unión, nació Perseo, hijo de los dioses y el destino.

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Acrisio no podía permitir que Perseo creciera y seguía siendo débil para mandar su ejecución de inmediato, pues era sangre de su sangre. Zanjando el asunto por otros medios, mandó a lanzar al mar a su nieto y a su hija en una caja de madera cerrada. De nuevo, no se sabe si debido al destino o a la intervención de los dioses, Danae y Perseo llegaron sanos y salvos a la isla de Serifos.

Allí los rescató y cuidó el Dictis, antiguo rey de la isla, destronado por su hermano Polidectes, actual rey de la isla. Cuando los vio, aunque no era costumbre en el país acoger a extranjeros, Polidectes acogió a Danae y Perseo en su corte. Se había enamorado de la princesa y quería hacerla suya. Polidectes pidió el matrimonio a Danae, pero no sirvió de nada, la princesa rechazó su propuesta una y otra vez. El rey no perdió la esperanza.

Pasaron los años y Perseo se convirtió en un extraordinario y fuerte guerrero. Tanto que, aunque Polidectes seguía con el deseo de poseer a Danae, temía increíblemente a su hijo. Por eso tramó un plan que lo separara de ella. Anunció un falso compromiso con la princesa de un reino vecino. Necesitaba un regalo exótico para ella que le hiciera parecer rico a los ojos de los demás.

El rey de Serifos mandó al semidios a por la cabeza de la gorgona Medusa, famosa por su terrible don, convertir en piedra a todo aquel que la mirara. Pensaba que Perseo jamás sería un impedimento entre Danae y él, que acabaría convertido en piedra. Lo que no sabía Polidectes era que estaba haciendo un encargo a mismísimo hijo de Zeus, dios de dioses.

Atenea, reina de la sabiduría, enseñó a Perseo a distinguir a Medusa de las demás gorgonas y le dio un escudo. Con ayuda de este regalo podría verla a través del metal y matarla sin que esta lo convirtiera en piedra. ¡Pero eso no fue todo! Hermes, dios mensajero, obsequió a Perseo con la hoz mágica, capaz de cortar el cuello de aquel monstruo.

Pero el camino no iba a ser tan fácil. Todavía tuvo que buscar Perseo el camino que lo llevara a la gorgona y lo hizo amenazando a las infames Grayas, hermanas de las Gorgonas, que además tenían un oráculo que tenía la respuesta a la muerte de Medusa. Para ello se necesitaban unas sandalias aladas, una alforja para guardar la cabeza de la gorgona y el casco de la invisibilidad de Hades, el dios del inframundo.

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Gracias a los dioses, Perseo llegó cuando las gorgonas dormían y cortó triunfalmente la cabeza de Medusa. De la sangre del monstruo nació Pegaso, un caballo alado que le ayudó a escapar de la furia de sus hermanas. Fue así como Perseo se convirtió en un héroe legendario. De camino a casa liberó a Andrómeda de un monstruo marino y ambos jóvenes se unieron en matrimonio.

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Cuando llegó a casa, Polidectes estaba a punto de forzar a su madre Danae. Con la cabeza de Medusa, encargo que él mismo le había hecho, lo convirtió en piedra, salvando así a su madre de las manos del caudillo. Después convirtió a su hermano Dictis en rey de Serifos, que retomó la paz. De nuevo volvió a Argos, el reino del que su abuelo le había expulsado. Acrisio huyó para no encontrar la muerte ahora que su nieto volvía convertido en héroe.

Pero el destino es muy caprichoso. Tiempo después, ambos coincidieron en unos juegos deportivos. Ninguno de los dos sabía de la presencia del otro en aquel lugar. Perseo ejecutó un mal lanzamiento y su lanza que fue a parar de lleno en la barriga de su abuelo. Acrisio dejó esta vida inmediatamente. Y es así como los dioses demostraron que ningún mortal puede luchar en contra del destino.

Durante estos días recordamos de nuevo a Perseo y miramos la constelación que lleva su nombre, lugar donde durante las primeras semanas de agosto tiene lugar la lluvia de estrellas más importante del verano, las Perseidas.

2 respuestas a «La leyenda de Perseo, hijo de los dioses, y el destino»
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