Si leemos Historia de la belleza de Umberto Eco, en la que se repasa este concepto abstracto captado a través de a percepción, entendemos que la belleza ha existido siempre en la naturaleza, el arte, la música, la literatura o el cine. Ahora bien, con cánones diferentes según épocas, culturas, países e individualidades. De ahí la dificultad de estudiar la belleza desde una objetividad científica o considerándola como lo bueno o lo perfecto. Hay tantas bellezas como personas capaces de percibirlas o crearlas. Y tampoco basta el tópico de “para gustos los colores”, pues no se trata de considerar bello lo que nos gusta y feo lo que no. Hay antecedentes y valores críticos, históricos, artísticos y culturales, para un juicio.
Por ejemplo, las pinturas rupestres de cuevas prehistóricas no sobrecogen por su perfección técnica, sino por su valor simbólico en una etapa sin escritura ni otros medios de comunicación, y permiten saber cómo vivieron nuestros ancestros. Del mismo modo, el Díptico de Marilyn o las Latas de sopa Campbell de Andy Warhol, obras del Pop Art, subvierten la idea de belleza formal y la presentación de objetos para cuestionar el consumismo y la fama, suscitando otra manera de mirar.
Ni siquiera son estables los cánones clásicos de las culturas griega, romana, egipcia y mesopotámica; ni luego los del Medievo, el Renacimiento, el Barroco, el Neoclasicismo, las Vanguardias, etc. Desde la sublimación de la belleza, contemplamos una Venus de Milo sin brazos, el Busto de Nefertiti, el Hércules Capitolino, la Capilla Sixtina de Miguel Ángel, el Palacio de Versalles, la Fuente de Duchamp, los rostros cubistas de Picasso, la Villa Saboya de Le Corbusier. Desde la belleza, escuchamos a Mozart o Bach pero también el minimalismo de Wim Mertens, el desgarro de Camarón o la fusión soul-flamenco de Pitingo.
La película La gran belleza (Sorrentino, 2013) despliega decadencias, frivolidad, ambición y superficialidad con personajes de la élite y el poder, oponiendo tanta banalidad a los escenarios de la bellísima Roma, oponiendo en el fondo dos tipos de belleza.
La belleza está en los paisajes infinitos, la naturaleza salvaje y las grandes obras. Pero hay otra belleza mucho más cercana, como especias de una receta: la belleza mínima, gran belleza de lo cotidiano, los sentimientos, la búsqueda y el descanso para seguir viviendo.
¿No será belleza nuestra hora de relax al final del día?
¿No serán belleza esos minutos frente al mar o entre árboles, mirando la puesta de sol?
¿No será belleza la pequeña intimidad de cada uno haciendo lo que anhela, flotando en el inmenso espacio de una rutina que nos aplasta.
¿No será belleza entrar a la penumbra del agua del Hammam, a solas con nosotros mismos?
En Hammam Al Ándalus nos hemos especializado en esa belleza, la que no pretende espectáculos, sino camino hacia dentro de cada ser humano, la que ofrece una cita íntima con el propio cuerpo, la que invita a la sanación de crisis y ansiedades. Otra belleza espera nuestra atención: la comunión entre las aguas y una persona que asume su propia belleza.