En la película reciente Dolor y gloria, de Pedro Almodóvar, hemos podido contemplar bellísimas imágenes de la vida de una familia viviendo en una cueva blanca y luminosa. Tanta evocación no resulta en vano. La realidad se impone, porque no es ficción sino verdad. En Granada tenemos uno de los ejemplos más significativos de esas cuevas habitables: el Sacromonte, un barrio en la periferia oriental de la ciudad, lindando con el Albaicín y el Realejo, frente a la Alhambra.

Ha sido el barrio por excelencia de los gitanos granadinos, que moraban en las cuevas. Y todavía se conservan joyas para la visita y el ensueño, abiertas al público, como el Centro de Interpretación del Sacromonte-Museo de las Cuevas que se halla en su estado original, además de otras once cuevas que explican la historia y la forma de vida de sus habitantes.

El origen data del siglo XVI, cuando la población musulmana y judía fue expulsada de sus hogares, tras la Reconquista, a ellos se unieron los gitanos, nómadas y discriminados. Estas cuevas fueron construcciones a base de cal y mucho picar en la roca arcos y estancias. Pero hogares al fin. Todo este proceso dio lugar a leyendas, como las del Barranco de los Negros. Pero sobre ellas, estas edificaciones para esclavos, pobres y marginados generaron vida y vecindad, cultura y arte., como corresponde a los supervivientes de todo gobierno.

Los primeros habitantes excavaron y excavaron en las laderas del barranco y, extenuados por el esfuerzo y sin ningún otro lugar donde cobijarse, lo hicieron en estos huecos, que posteriormente acondicionaron dando lugar a las cuevas que convirtieron en sus hogares. Pero consiguieron libertad y costumbres propias, historia íntima que ha quedado en historia global por su valor ético y vivencial, pues fueron tremendos constructores de la estirpe.

García Lorca cita en su Romancero gitano estas cuevas: “De la cueva salen / largos sollozos”… “Y la cueva encalada / tiembla en el oro”.

Ahora, ya superado el calvario de sus orígenes, hay un paisaje de lugares de interés que en nada se parecen a otras cosas contempladas. Como el Museo Cuevas del Sacromonte, que se abrió en 2002 con hasta 11 cuevas originales para recorrer sus rincones e imaginarse otra morada. También la Abadía del Sacromonte, del siglo XVII, con sus joyas, reliquias e incunables.

Además, encontraremos fiestas y zambras para deleitar el espíritu, cantaores, cante flamenco para evocar el derrotero de su historia. Comida típica, vino para la inmersión en otro espacio. Sueños que no conocíamos. Vida extraña a nuestra contemporaneidad. Pero sin duda vida que permanece en la trastienda de nuestra existencia, porque forma parte de nuestros orígenes.

El pasado es nuestro, nos pertenece como el pan de hoy mismo. Somos hijos de un paisaje y lo que se gestó en sus entrañas. Hay que volver a visitarlo para encontrarnos: en ese pedazo de gloria, de vivienda subterránea, de hogar robado a las rocas, que fue abrigo del frío o intimidad del amor que tal vez estalló en sus paredes blancas. Quién sabe…